Editorial de agosto: ¿Por qué nos preocupamos por la biodiversidad?
¿Por qué nos preocupamos por la naturaleza? ¿Podemos cuantificar cuáles son los beneficios?
Esto es lo que el proyecto del organismo de la ONU “La Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad” (TEEB) intenta averiguar, y la respuesta es importante. El mundo natural, o biodiversidad, nos provee con alimentos, materiales y energía. Comemos animales y vegetales; los insectos polinizan muchos de los alimentos que consumimos; los microbios en el suelo aportan nutrientes para que las plantas crezcan, la vegetación y la biodiversidad de la tierra reducen las inundaciones y liberan agua potable; la vegetación absorbe una parte substancial de los gases de dióxido de carbono que emitimos, que producen el calentamiento global. Pero la lista es mucho más larga. Los habitantes del campo y la ciudad dependen de igual manera de estos productos naturales y sus beneficios.
El coste real de dañar a la naturaleza, resulta al menos 10 veces mayor que el de mantener el ecosistema en su estado natural
de manera que podamos cosechar los beneficios. Para poner un ejemplo, en la Universidad de York, el coste de construcción y defensa contra las inundaciones, y las reclamaciones de los seguros, relativos a las inundaciones en el valle de York, son mucho mayores que los beneficios agrícolas que aportan las zanjas de drenaje y el pastoreo en la cuenca del río Ouse. En lugar de tratar a la naturaleza como un lujo que nos agrada a todos, la TEEB cree que deberíamos integrar los costes reales y los beneficios dentro de nuestra toma de decisiones. No deberían estar reservadas para los ministerios de medio ambiente y conservación del medio, sino que deberían ser la base de las actividades de todos los departamentos financieros.
La TEEB sostiene que deberíamos deshacernos de los subsidios que perjudican al medioambiente, y deberíamos premiar a aquellas actividades beneficiosas que mantienen los ecosistemas naturales. Esto sería posible si incluyésemos los costes de los daňos en el precio de compra de los productos, lo que nos animaría a comprar los productos menos perjudiciales, con la posibilidad de pagar directamente a los propietarios de las tierras y a los países de procedencia, con lo que se mantendrían los ecosistemas naturales. Los agricultores de la cuenca del río Ouse han recibido recientemente pagos para bloquear sus canales de drenaje; y los pésimos subsidios que premiaban a los agricultores por cada animal, lo que resultó en sobrepastoreo y la erosión de los terrenos, han sido eliminados. Si bien se pudo lograr de manera local, lograrlo de manera global es mucho más difícil.
Si contienes en una botella a depredadores microscópicos y a su presa, los depredadores dominan el terreno, devoran a su presa, y acaban muriendo. En Pilanesberg, una reserva de caza vallada de 572 km2 en Sudáfrica, la cantidad de depredadores tuvieron que ser reducidos para frenar la extinción de los antílopes. Podemos hablar del mismo escenario, pero en una botella más grande.
El Planeta es nuestra botella:
7 billones de personas, y seguimos aumentando. Habrá 2 billones más a mediados de este siglo, con el nivel de consumo por persona creciendo al mismo ritmo. La transformación verde de las economías del mundo y los sistemas sociales es esencial si queremos evitar un colapso. Esperemos que las conclusiones e informes del TEEB, nos acerquen a esa dirección.
Substratum
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